El dominio de los SUV en las calles del mundo no es solo una tendencia comercial: es un fenómeno que está redefiniendo la seguridad vial, el espacio público y la calidad del aire. Hoy representan cerca del 48% de las ventas globales, de acuerdo con datos recopilados por New Scientist, una cifra que no deja de crecer y que ha encendido alarmas entre especialistas en transporte, salud y urbanismo. La expansión de estos vehículos, más grandes y pesados, ha llevado a gobiernos locales y nacionales a considerar nuevas regulaciones para mitigar sus efectos adversos.
Uno de los impactos más notorios recae sobre la seguridad de peatones y ciclistas. Anthony Laverty, experto en transporte y salud, explica que los SUV poseen frentes más altos y menos aerodinámicos, lo que aumenta significativamente la gravedad de un atropellamiento. En una revisión de estudios, su equipo halló que un adulto tiene un 44% más de probabilidades de morir si es impactado por un SUV en lugar de un automóvil convencional. Este riesgo se intensifica en entornos urbanos donde peatones, ciclistas y autos interactúan constantemente en espacios reducidos.
A esta problemática se suma el “carspreading”, la tendencia al crecimiento progresivo del ancho de los vehículos. Entre 2010 y 2024, los autos nuevos en Europa aumentaron en promedio medio centímetro de ancho cada año. Aunque la cifra parezca mínima, su acumulación termina por desplazar a usuarios vulnerables: menos espacio para ciclovías, para banquetas seguras y para modos de transporte activo que favorecen la salud pública. Según New Scientist, esta reducción se traduce en una pérdida de beneficios potenciales para la salud que surgen cuando más personas caminan o pedalean.
El impacto ambiental tampoco es menor. Aunque la electrificación automotriz ha permitido reducir emisiones de escape, los autos grandes —incluso eléctricos— generan más partículas finas derivadas del desgaste de neumáticos y frenos. Estas partículas, responsables de deteriorar la calidad del aire y afectar la salud respiratoria, aumentan con el peso del vehículo, lo que limita las ventajas ambientales que promueve la transición hacia autos eléctricos en las ciudades.
Frente a este panorama, varias urbes han comenzado a actuar. En Cardiff, Reino Unido, se aprobó un esquema de tarifas escalonadas en permisos de estacionamiento residencial que cobra más a los propietarios de SUV y autos grandes. París dio un paso aún más firme al triplicar el costo de estacionamiento para estos vehículos en zonas centrales. Ciudades de Alemania y Francia aplican políticas similares, ajustando cargos según tamaño o peso. Incluso en regiones con zonas de bajas emisiones —como la Ultra Low Emission Zone de Londres— se empieza a discutir cómo incorporar el factor tamaño dentro de las restricciones.
La discusión también apunta a los gobiernos nacionales, donde expertos plantean revisar los sistemas fiscales para encarecer los vehículos grandes en proporción a los costos sociales que generan, desde la peligrosidad vial hasta su aporte a la contaminación urbana. Si bien existe un grupo de usuarios con necesidades genuinas de autos grandes, los especialistas coinciden en que las cifras de ventas actuales exceden por mucho esos casos puntuales.
Para avanzar hacia un entorno urbano más seguro y con aire más limpio, los investigadores insisten en dos vías complementarias: políticas públicas que reflejen los verdaderos costos de los SUV y una mayor conciencia ciudadana al momento de elegir un vehículo. De lo contrario, la expansión de los autos cada vez más grandes continuará presionando el espacio urbano, comprometiendo la salud pública y dificultando la transición hacia ciudades más sustentables.













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