La marcha chiquita que le sacó un sustote gigante a Palacio

Quince de noviembre, Zócalo capitalino: apenas 17 mil personas según el gobierno, pero suficiente para que en Palacio Nacional se activaran todas las alarmas, como si la Plaza Mayor hubiera amanecido tomada por una turba de cien mil. Lo que la 4T llamó “marcha con pocos jóvenes y mucha botiza” se convirtió en un episodio político que desnudó los miedos más íntimos del oficialismo: perder el control del relato, ceder la calle a una generación impredecible y permitir que un crimen local —el asesinato del alcalde Carlos Manzo— detonara una indignación nacional que se movió más rápido en TikTok que en cualquier comité partidista. La reacción fue tan desproporcionada que, si uno mira con cuidado, parece que no respondían a la marcha en sí, sino a la sombra de lo que puede venir después.

Dicen en Palacio que la marcha de la Generación Z del 15 de noviembre “no llenó el Zócalo”. Que “había pocos jóvenes”. Que “fue inflada por 8 millones de bots”. Lo repitieron tanto que uno pensaría que se trató de una manifestación fantasma. Pero la verdad es que si realmente hubiera sido tan chiquita, nadie en su sano juicio arma mañanera temática, exhibición de influencers, informes de infodemia, conferencias urgentes y un desfile de legisladores formados como si fueran a firmar la Constitución otra vez.

El operativo discursivo empezó antes de que los chavos —y los no tan chavos— pisaran Reforma. Desde la mañanera, Claudia Sheinbaum soltó un mensaje de doble filo: “En México hay libertad de manifestación”, sí, pero la marcha “no es auténtica”, sino parte de una campaña financiada por la derecha internacional. Libertad con advertencia, como quien presta las llaves de la casa pero deja claro que ya puso cámaras hasta en la cochera. Y cuando Infodemia presentó su reporte con la cifra mágica de 90 millones de pesos y 8 millones de bots, la presidenta no solo lo avaló: felicitó públicamente a Milenio por documentar la botiza. Una narrativa tan afinada que hasta parecía ensayo general.

Después vino el capítulo “no llenaron y no eran jóvenes”. En cuanto se disipó el gas y barrieron el Zócalo, Sheinbaum ajustó el guion: poquita gente, poquita juventud, poquita representatividad. Y días después, ante la fallida segunda convocatoria del 20 de noviembre, remató diciendo que nadie estaba persiguiendo políticamente a nadie, que simplemente la gente se había desengañado al conocer “quiénes convocan y qué intereses hay detrás”. Un cierre elegante para una historia que ella misma había abierto como épica conspirativa.

Pero si hablamos de borrar jóvenes, el Oscar se lo llevó Luisa María Alcalde. “Si bien les va, el 10% eran jóvenes”, dijo. “Los mismos de siempre”. Y claro, había que redondear la narrativa del bot: millones de ellos, movidos por la derecha, como si medio país estuviera sentado en su casa programando hashtags antisistémicos con patrocinio internacional. Luego vino el episodio del influencer exhibido: el contrato de 2.1 millones de pesos entre Edson Andrade y el PAN, las diapositivas en la mañanera, la exposición de datos personales y la inevitable conclusión del muchacho: “Me voy del país porque me están amenazando”. Humor negro involuntario del oficialismo: la generación que dice “nadie nos escucha” terminó siendo escuchada… pero para ser descalificada.

Y como no hay buenos villanos sin multiverso, el gobierno ensambló su propio elenco: bots, Atlas Network, multimillonarios en las sombras, la ultraderecha latinoamericana y hasta los memes de One Piece convertidos en armas de guerra cultural. Según ese relato, la misma maquinaria digital que empujó a Bolsonaro y Milei estaría ahora tratando de incendiar México con 30 segundos de TikTok. ¿Hay redes reaccionarias moviendo agenda? Sí. ¿Eso explica que miles marcharan después del asesinato de un alcalde cuyos escoltas están detenidos? No. Pero es más cómodo culpar al algoritmo que reconocer que una parte del país —incluyendo jóvenes— está genuinamente harta y ya no compra discursos oficiales como si fueran boletos de metro.

Mientras tanto, en el Congreso, la cosa parecía capítulo especial de “La Rosa de Guadalupe”. Senadores y diputados de Morena, PT y PVEM salieron a cuadro para denunciar una “embestida internacional de la derecha”. Adán Augusto López y Ricardo Monreal se tomaron la foto del espaldarazo, se prometieron caminar “codo a codo” con la presidenta y repitieron las palabras mágicas: complot, infiltración, golpeteo. Y luego vinieron en procesión a Palacio Nacional a refrendar su apoyo. Para una marcha “sin convocatoria”, la sobrerreacción parecía ceremonia de Estado.

La CDMX, mientras tanto, quedó como escudo y cortafuegos. Clara Brugada anunció investigaciones por policías golpeando y periodistas agredidos, juró que no hubo orden de reprimir y que solo usaron “equipo de protección”. El secretario Pablo Vázquez habló de dieciocho incidentes, siete policías suspendidos y decenas de elementos lesionados. En lenguaje chilango: la capital tuvo que detener con el cuerpo un golpe que no iba dirigido a ella… y ahora carga el costo político de la escena más incómoda del sexenio.

Al final, lo que queda es la pregunta incómoda: ¿por qué un gobierno tan seguro de su fuerza se comporta como si una marcha de 17 mil personas fuera el inicio del apocalipsis? La respuesta no está en los números, sino en el símbolo. Porque una marcha pequeña puede ser el prólogo de algo más grande. Porque la palabra “Generación Z” escrita en mantas contra el gobierno pesa más que diez editoriales favorables. Porque cuando un crimen local se vuelve detonador nacional, no hay bot que lo desactive. Y porque en su intento de negar la rabia juvenil, el oficialismo terminó confirmando que sí le preocupa… y mucho.

Y ahí está la imagen final —la que carga todo el sentido político del episodio—: mientras quitaban las vallas derribadas frente a Palacio, un joven desconocido dejó una última frase escrita en marcador sobre el metal doblado: “Si no quieren vernos en las calles, empiecen por vernos en el país”.
Esa línea, más que cualquier bot, fue la que realmente estremeció al poder.

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