En la Ciudad de México, observar “bichos” se ha vuelto una actividad tan cotidiana como ir al cine o pasear por un museo. Lejos de ser un pasatiempo de especialistas, la ciencia ciudadana está viviendo un auge gracias a talleres y experiencias al aire libre que invitan a conocer aves, polinizadores y murciélagos en pleno entorno urbano. Sin darse cuenta, cientos de capitalinos están descubriendo que los parques de la ciudad esconden un ecosistema vibrante y sorprendente que convive con nosotros a diario.
La tendencia empezó a tomar fuerza después de la pandemia, cuando muchas personas buscaron espacios abiertos para reconectar con la naturaleza sin salir de la ciudad. Organizaciones ambientales, colectivos de observadores y áreas naturales urbanas comenzaron a ofrecer talleres que combinan caminatas guiadas, registro fotográfico y uso de apps de identificación de especies. Lo que al inicio fue curiosidad se convirtió en un movimiento creciente que hoy llena cupos en cuestión de horas.
Las aves son, quizá, el primer gancho. Con más de 300 especies registradas en el Valle de México, parques como Chapultepec, Aragón y Bosque de Tlalpan se han transformado en aulas vivas. Los recorridos matutinos enseñan a diferenciar cantos, colores y comportamientos; además, fomentan el uso de plataformas como eBird o Naturalista, donde los participantes registran sus hallazgos y contribuyen a bases de datos científicas globales.
Pero la atención no se queda en los pájaros. Los polinizadores —abejas nativas, mariposas y escarabajos— están ganando terreno entre los exploradores urbanos. Talleres de fotografía macro, caminatas de jardinería para identificar plantas melíferas y monitoreos de mariposas monarca en tránsito son actividades que se han multiplicado en zonas como la Segunda Sección de Chapultepec, los parques lineales y áreas restauradas de Xochimilco. Estas experiencias también funcionan como herramientas educativas para mostrar la importancia de los polinizadores en la seguridad alimentaria y la salud ambiental.
Cuando cae la noche, los murciélagos toman el protagonismo. Muy lejos de los estigmas que suelen rodearlos, los “guardianes del ecosistema” se pueden observar en actividades nocturnas con detectores de ultrasonido, linternas especiales y guías expertos. En lugares como el Parque Ecológico de Xochimilco y el Bosque de Aragón, estas sesiones permiten escuchar sus frecuencias, conocer su papel como controladores de insectos y entender cómo la urbanización ha modificado sus rutas.
Lo más valioso de este boom es su impacto comunitario. La ciencia ciudadana no sólo acerca el conocimiento científico a personas de todas las edades, sino que crea redes de colaboración entre vecinos, estudiantes, familias y especialistas. Al participar, la gente se vuelve más consciente de la biodiversidad que existe a unos pasos de sus casas y comienza a exigir mejores condiciones para conservarla.
Además, estas experiencias están cambiando la forma en que se viven los parques. Los convierte en laboratorios abiertos donde cualquiera puede contribuir, aprender y maravillarse. En un contexto donde el ritmo acelerado de la ciudad suele desconectar a las personas del entorno natural, “venir a ver bichos” se ha transformado en un acto de pausa, curiosidad y vínculo con el territorio.
Al final, la proliferación de talleres de aves, polinizadores y murciélagos no es sólo una moda ecológica. Es el reflejo de una nueva manera de habitar la ciudad: más atenta, más informada y, sobre todo, más dispuesta a cuidar la vida pequeña pero esencial que nos rodea.















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