Lo que queda del lobo en tu perro: nueva evidencia genética revela un vínculo más profundo de lo pensado

Durante décadas, la idea predominante fue que los perros dejaron atrás casi todo rastro de su pasado salvaje al separarse de los lobos hace unos 20,000 años. Sin embargo, nuevas investigaciones publicadas en PNAS revelan un panorama mucho más matizado: la mayoría de los perros modernos, desde imponentes mastines hasta el pequeño chihuahua, conservan fragmentos detectables de ADN de lobo que siguen influyendo en su biología y personalidad.

El primer estudio, liderado por el Museo Americano de Historia Natural, analizó más de 2,700 genomas de perros y lobos que abarcan desde el Pleistoceno tardío hasta la actualidad. Los resultados muestran que cerca de dos tercios de los perros de raza conservan ascendencia lobuna en su genoma nuclear, producto de cruces ocurridos hace alrededor de mil generaciones. Esta huella genética, aunque baja en la mayoría de los casos, ayudó a moldear atributos fundamentales como el tamaño corporal, la capacidad olfativa y diversos rasgos de comportamiento.

Algunas razas presentan ascendencia más marcada, especialmente aquellas grandes o históricamente seleccionadas para trabajos específicos. Los perros de trineo del Ártico, por ejemplo, conservan proporciones mayores de ADN lobuno, mientras que razas creadas deliberadamente mediante hibridación con lobos —como el perro lobo checoslovaco o el Saarloos— muestran niveles entre el 23 % y el 40 %. Entre las razas tradicionales, el gran sabueso tricolor anglo-francés y el pastor Shiloh destacan con porcentajes de entre 2.7 % y 5.7 %. Incluso el diminuto chihuahua posee un 0.2 % de ascendencia lobuna.

Por contraste, terriers, perros de caza y sabuesos figuran entre los que menos rastro de lobo conservan, y ciertos perros guardianes de gran tamaño —como el mastín napolitano, el bullmastiff o el san bernardo— no presentan ascendencia lobuna detectable.

Más allá de la genética, los investigadores compararon estos porcentajes con el lenguaje que emplean los clubes caninos para describir a las razas. Aquellas con baja ascendencia lobuna se describen con mayor frecuencia como amistosas, fáciles de adiestrar, vivaces o afectuosas. Las razas con mayor porcentaje tienden a caracterizarse como más independientes, territoriales o desconfiadas con los extraños. Curiosamente, términos como inteligente, obediente, tranquilo o bueno con los niños aparecen con similar frecuencia en ambos grupos, lo que sugiere que muchos rasgos conductuales se han mantenido o moldeado por selección humana más que por ascendencia salvaje.

El segundo estudio, enfocado exclusivamente en los golden retriever, profundiza aún más en la relación entre comportamiento y genética. Un equipo internacional analizó los genomas de 1,300 perros y los comparó con perfiles detallados de temperamento. La investigación identificó genes asociados a rasgos como energía, miedo a los desconocidos o capacidad de adiestramiento, y luego cotejó esas regiones del ADN con estudios equivalentes en humanos.

El resultado fue sorprendente: doce genes relacionados con la conducta del golden retriever también influyen en emociones y comportamientos humanos. Entre ellos destaca PTPN1, que en perros se vinculó con agresividad hacia otros canes y en humanos aparece asociado a la inteligencia y a la depresión. Otro caso es el gen ROMO1, relacionado en los golden retriever con su facilidad para ser entrenados y, en personas, con sensibilidad emocional e inteligencia.

En conjunto, ambos estudios amplían nuestra comprensión del vínculo evolutivo entre perros y lobos, pero también del complejo entramado genético que comparten humanos y canes. Confirman que la domesticación no borró por completo el pasado salvaje de nuestros compañeros y que, en algunos casos, los lazos entre especies se entretejen incluso en los genes que moldean nuestra conducta.

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