La Chatarrización de la Política Mexicana: Un Desguace de Altos Vuelos

Por Bruno Cortés

El reciente combate libre en el Senado de la República no es más que el espectáculo bochornoso que evidencia el colapso terminal de la política en México. Por un lado, un Estado oficialista, con complejo de diva ofendida, no tolera una sola voz disonante y emplea todo su arsenal: desde las «vías legales» (con leyes hechas a modo), pasando por el escarnio público en sus mañaneras, hasta métodos que harían sonrojar a un mafioso. Este monstruo se topa, para su suerte, con una oposición vacía, sin ideas y con el arrastre popular de un ladrillo.

El régimen está empeñado en una cruzada por borrar —o, en sus poéticas palabras, «mandar al basurero de la historia»— todo vestigio del pasado inmediato. Traducción: quieren minimizar los aciertos ajenos pero, sobre todo, esconder bajo la alfombra los mismos errores que ellos repiten. La ironía suprema es que muchos de los actuales inquilinos del poder ya fueron el pasado que tanto detestan. Marcelo Ebrard, por ejemplo, viene de la administración que nos regaló el elegante colapso de la Línea 12 del Metro. O el señor Manuel Bartlett, un clásico vintage cuyo negro historial incluye desde el fraude electoral de 1988 hasta su peculiar forma de relacionarse con agentes de la DEA (con resultados mortales). La autodenominada 4T, más que una transformación, parece un recycling tóxico de lo peor del viejo régimen.

Frente a este panorama, la oposición es el elenco de una tragicomedia. Tenemos al PRI, resucitado como zombie sin conciencia bajo el liderazgo de Alejandro «Alito» Moreno, quien opera con la elegancia de un gánster de mercadillo. Su estrategia: purgar a todo el que no le lame la botas. Bajo su batuta, el PRI ha logrado la hazaña de perder doce gobernaturas y más de la mitad de sus militantes. Su propuesta de nación es tan profunda como un charco: el poder por el poder, aunque sea a mordidas.

Luego está el caso de Gerardo Fernández Noroña. ¿Se merecía la emboscada de «Alito» y sus matones? Probablemente sí. Noroña ha sido un gandalla profesional, un abusivo que usó la silla presidencial del Senado como trinchera para aplastar al contrario al más puro estilo priista de los sesenta (¡el mismo que Bartlett representa!). Ver cómo la turba de Moreno lo linchaba fue surrealista: por un momento, el verdugo se convirtió en mártir. Una farsa en toda regla.

Y no podemos olvidar al PAN. Ricardo Anaya es la decepción que duele tres veces: muy, muy, muy triste. Su oposición es de dudosa autenticidad, como un vampiro que finge tomar el sol. Grita lo justo para aparentar, pero huele a pacto bajo la mesa. Sin un plan, sin una idea, es la botarga de la oposición: inflable, hueca y perfecta para que Morena se desayune con ella, como un flan.

En cuanto a Movimiento Ciudadano… ¿qué decir? Parecen estar en un eterno after office entre chelas y desmadre. Coherencia es una palabra que les queda grande. Sin Dante Delgado, son como un barco sin capitán… y sin timón… y a la deriva. Dedicarles más de cuatro líneas sería inflar su currículum.

Este es el desguace nacional al que nos enfrentamos: la compra de voluntades con programas sociales, el uso de la ley como mazo para acallar críticos y una oposición que parece encantada con su papel decorativo, asegurando su sueldazo los próximos años sin hacer ruido (útil). Ante este panorama, nuestra única opción es exigir más, aunque sea a gritos, a los tres poderes y a todos los niveles de gobierno. Porque si no, este desguace terminará vendiéndonos como chatarra.

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