Y ahora… ¿Qué sigue?

Los Demonios del Poder
Y ahora… ¿Qué sigue?
Por: Carlos Lara Moreno
A Claudia Sheinbaum le estalló en las manos la violencia que por meses trató de contener con discursos, cifras y una narrativa de éxito heredada de Palacio Nacional.
La muerte del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, no es sólo un episodio más en la larga historia de sangre de Michoacán: es un espejo incómodo que refleja el fracaso del Estado para garantizar la vida y la gobernabilidad en amplias regiones del país.
El asesinato de Manzo sacudió a la opinión pública porque ocurrió en una ciudad estratégica, donde confluyen intereses políticos, económicos y criminales.
Uruapan es la segunda ciudad más importante del estado, un punto clave del narcotráfico, del comercio y de la disputa territorial entre grupos armados que se mueven con impunidad.
El crimen del alcalde no fue un hecho aislado: fue un mensaje. Un aviso de que las estructuras criminales no se detienen ante el poder político y que los pactos tácitos, los que garantizan aparente estabilidad, están rotos.
La reacción de la presidenta fue inmediata, pero no en el sentido que muchos esperaban.
En lugar de encabezar un mensaje firme de Estado, de deslindar responsabilidades y asumir el costo político de un crimen que desnuda la debilidad de su estrategia de seguridad, Sheinbaum optó por cambiar el tema.
Y el tema cambió con la velocidad de las redes: del asesinato de un alcalde a la polémica sobre un tocamiento que sufrió durante un recorrido en el Centro Histórico.
El episodio, sin duda condenable, se convirtió en la cortina de humo perfecta.
Desde la mañanera, las voces oficiales amplificaron la narrativa de agresión contra la mandataria, generando un torrente de solidaridad que desplazó el escándalo de Michoacán a un segundo plano.
La tragedia política se transformó en espectáculo moral. Se habló de respeto, de machismo, de límites al contacto físico, pero se olvidó hablar de lo esencial: del Estado ausente, del crimen que gobierna regiones enteras, de los alcaldes que son blanco fácil de los cárteles porque nadie los protege.
En los días siguientes, la maquinaria mediática del gobierno logró su cometido: la indignación nacional se fragmentó. Mientras un sector discutía el tocamiento, otro intentaba mantener viva la exigencia de justicia por Carlos Manzo.
Pero en la lógica del poder, el tiempo es la mejor herramienta para diluir los escándalos. Cada hora de debate sobre lo accesorio es una hora menos de atención sobre lo fundamental.
La muerte de Manzo, como la de tantos otros funcionarios locales, pone sobre la mesa la pregunta que Sheinbaum no ha querido responder: ¿quién manda realmente en Michoacán?
Porque el gobierno federal ha desplegado a la Guardia Nacional, ha firmado convenios, ha cambiado mandos, y sin embargo, los alcaldes siguen cayendo, los pueblos siguen sitiados y los criminales siguen dictando la ley.
La presidenta sabe que la seguridad es el talón de Aquiles de cualquier administración, y más aún de la suya, que nace bajo la sombra del “abrazos, no balazos”. Intentar controlar el relato con gestos mediáticos puede ser eficaz en el corto plazo, pero la realidad, tarde o temprano, cobra factura. Los demonios del poder no se espantan con discursos; se alimentan de ellos cuando son vacíos.
Sheinbaum ha querido proyectar la imagen de una presidenta firme, moderna, científica, pero los hechos la arrastran al terreno que su antecesor nunca pudo dominar: la violencia que no cede, los cárteles que gobiernan y la impunidad que todo lo cubre. En Michoacán, como en Guerrero, como en Zacatecas, la autoridad se ha vuelto un actor secundario en la tragedia nacional.
Hoy, mientras el país se distrae con polémicas pasajeras, la sangre del alcalde de Uruapan recuerda que hay una deuda pendiente con la verdad. Los Demonios del Poder—la corrupción, la violencia, la indiferencia— no se exorcizan con propaganda. Y si el gobierno no los enfrenta con decisión, terminarán devorando también su legitimidad.
Porque el poder, cuando se ejerce sin asumir las consecuencias, no es más que una ilusión sostenida por el miedo y el silencio. Y en México, ambos abundan.

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