A pesar de los avances en la conversación pública sobre la salud mental, el tema sigue siendo un pendiente en muchos hogares, escuelas y espacios de trabajo. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de mil millones de personas en el mundo viven con algún problema de salud mental, cifra que refleja la magnitud global de este desafío sanitario.
En México, la situación es especialmente preocupante. Datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) revelan que tres de cada diez mexicanos padecen algún trastorno mental a lo largo de su vida, como ansiedad o depresión. Sin embargo, más del 60% de quienes lo sufren no reciben tratamiento, ya sea por desconocimiento, estigma o falta de acceso a servicios de salud especializados. Actualmente, se calcula que 3.6 millones de personas padecen depresión, mientras que un 19% de la población reporta síntomas de ansiedad severa.
Para Maureen Terán, escritora y fundadora de la organización Es Tiempo de Hablar, el primer paso para mejorar la calidad de vida es reconocer que algo no está bien. “Admitir que tienes un problema mental es complicado, pero es el inicio de una vida más estable”, explica en entrevista con El Economista. Añade que sentir tristeza o soledad ocasional no necesariamente implica un trastorno, pero sí debe llamar la atención cuando estos estados se vuelven persistentes y afectan la vida diaria.
“Cuando tus emociones comienzan a interferir con tu trabajo, tus relaciones o tu capacidad para disfrutar la vida, es momento de buscar ayuda. Si te levantas cada día sintiendo angustia o irritabilidad constante, hay que tener la humildad de decir: ‘Necesito ir con un especialista’”, subraya Terán.
La especialista habla desde su propia experiencia. En 2007 fue diagnosticada con trastorno bipolar tipo 1, una enfermedad que generalmente se detecta entre los 18 y 30 años. “Pasaba días sin dormir, hacía compras compulsivas, me sentía invencible. Poco a poco perdí contacto con la realidad, hasta que mi psiquiatra me advirtió que no moriría de la enfermedad, pero sí podía causarme daño con un accidente”, recuerda.
Terán tardó siete años en aceptar su diagnóstico. Durante ese tiempo enfrentó múltiples crisis y llegó a ser internada en un hospital psiquiátrico. “Ahí me di cuenta de que estos lugares no son tan malos como los muestran las películas. Cuando acepté mi enfermedad y seguí mi tratamiento, mi vida cambió por completo. En los últimos doce años solo he tenido dos recaídas”.
Su testimonio ilustra una realidad compartida por miles de personas: el miedo al rechazo y la discriminación sigue siendo uno de los principales obstáculos para buscar ayuda. Este estigma no solo retrasa los diagnósticos, sino que también aumenta la carga emocional y social para las familias.
Romper con este ciclo implica fomentar educación emocional, empatía y apertura. Las instituciones, empresas y comunidades tienen un papel esencial al crear programas de bienestar mental que promuevan entornos seguros y libres de prejuicios. Reconocer que la salud mental es tan importante como la física no es solo una cuestión personal, sino un compromiso social que puede transformar vidas.
















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