La guerra política entre Javier May y Adán Augusto López expone fracturas internas en Morena

En Tabasco no solo crecen los manglares: también la violencia, el silencio cómplice y las rencillas políticas que huelen a pólvora. Lo que comenzó como un desencuentro entre dos cuadros de Morena, Javier May y Adán Augusto López, se ha convertido en una telenovela macabra con protagonistas, villanos y cadáveres reales. El escenario: un estado en crisis. El telón de fondo: las acusaciones de que durante el gobierno de Adán se permitió —o se fomentó— la infiltración del crimen organizado. Y el telón sube cada que May lanza una nueva bomba política.

Desde que asumió el gobierno en octubre de 2024, Javier May ha hecho del combate a la impunidad su bandera. En un estado donde el 95% de los habitantes de la capital dicen sentirse inseguros, eso suena bien en campaña… pero pesa más cuando hay cuerpos desmembrados en las calles. La gota que derramó el vaso fue el nombramiento, en tiempos de Adán, de Hernán Bermúdez Requena como secretario de Seguridad, un personaje que —según los famosos “Sedena Leaks”— estaba más cerca del Cártel Jalisco Nueva Generación que de una placa oficial.

La versión oficial es que Bermúdez renunció por motivos personales. La versión de los balazos, los operativos fallidos y los tiroteos en bares sugiere otra cosa. Javier May no se anduvo por las ramas: acusó directamente a su antecesor de permitir la expansión de “La Barredora”, brazo operativo del CJNG en la región. Y mientras tanto, Adán Augusto hace lo que mejor sabe: guardar silencio, mirar al horizonte y esperar que la tormenta pase. Un silencio que, en política, puede ser tan elocuente como una confesión.

La violencia no se discute con cifras, pero se mide con ellas. En 2023 hubo 253 homicidios dolosos en Tabasco. En 2024, fueron 894. Un aumento del 253% que no se tapa con discursos. Y aunque Claudia Sheinbaum mandó refuerzos del Ejército y la Guardia Nacional, los sicarios no parecen haber recibido el memorándum. En enero de este año, diez cuerpos aparecieron en bolsas negras en Villahermosa. Semanas después, un ataque en un bar dejó cinco muertos más. La paz es una palabra que aquí se pronuncia con los dientes apretados.

El conflicto también revive viejos fantasmas en Morena. May, formado en la izquierda social y cercano a Andrés Manuel López Obrador desde los años 80, representa la vieja guardia del movimiento popular. Adán, expriista, tecnócrata de verbo lento y alianzas largas, fue señalado por intentar infiltrar movimientos sociales en los años 90. El choque no es solo ideológico: es personal. Es generacional. Y, ahora, también es sangriento.

Mientras tanto, los ciudadanos de Tabasco marchan por la paz —convocados por May— y exigen algo que parece tan lejano como una disculpa pública de su exgobernador. El actual mandatario busca mostrarse como el “limpiador” del desastre heredado, prometiendo cero pactos con el crimen organizado. Sus acciones, aunque simbólicas, contrastan con la opacidad de su rival. Pero en política mexicana, incluso los gestos sinceros pueden parecer coreografiados.

Todo esto ocurre mientras Morena se reconfigura bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum. La presidenta tiene en sus manos una papa caliente: si el partido no logra contener sus fracturas internas, especialmente en estados estratégicos como Tabasco, podría abrirle la puerta a un regreso de la oposición… o a un fortalecimiento del narcopoder. En cualquiera de los dos casos, el costo político será alto.

Tabasco es ahora el espejo donde Morena se ve a sí mismo: dividido, herido, bajo fuego. La lucha entre May y Adán no es solo una disputa local, es el símbolo de una batalla nacional entre quienes quieren depurar el sistema y quienes prefieren seguir pactando en lo oscurito. El desenlace aún está por escribirse, pero algo es seguro: ya no se trata de quién tiene la razón, sino de quién puede sobrevivir a la verdad.

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