Entre el aplauso y el aguacero: Sheinbaum rinde cuentas mientras el país flota

La Jabalinada / Bruno Cortés

 

El 5 de octubre de 2025, el Zócalo capitalino volvió a ser escenario de una liturgia política: Claudia Sheinbaum presentó su primer informe de gobierno ante una plaza repleta de banderas, drones, pancartas y promesas cumplidas —según el guion oficial—. La presidenta habló de soberanía energética, justicia social y continuidad de la Cuarta Transformación con la serenidad de quien sabe que su poder se mide tanto en cifras como en símbolos. Mientras el aplauso retumbaba entre los altavoces, México, literal y metafóricamente, se ahogaba: las lluvias del sur convertían calles en ríos y los informes de seguridad seguían goteando como techos viejos.

La tarde del informe fue, como todo ritual del poder, un espectáculo coreografiado. El Zócalo lucía como altar y plaza pública al mismo tiempo: banderas ondeando, pantallas titilando, y en el centro del escenario, la presidenta Claudia Sheinbaum recitando el evangelio del bienestar. A su alrededor, funcionarios, legisladores y una multitud disciplinada que coreaba su nombre entre aplausos y selfies. En ese instante, la continuidad de la Cuarta Transformación se sintió más como una misa que como un mensaje político.

Desde la primera línea, Sheinbaum insistió en los logros: aumento del salario mínimo, programas sociales que “no son dádivas sino derechos”, y la soberanía energética que promete resucitar a Pemex y a la CFE. Cada cifra fue recibida como bendición. Pero, entre aplauso y aplauso, el país afuera seguía empapado: 44 muertos por las lluvias, 27 desaparecidos, pueblos enteros bajo el agua. La realidad, como el drenaje de Veracruz, no daba abasto.

Los hashtags no tardaron en marcar el pulso digital de la tarde: #PrimerInformeSheinbaum se convirtió en tendencia, junto con #ElGriegoDetenido y #PlanMarina. Tres temas que parecían competir en un mismo país de contrastes: el discurso, la captura y la catástrofe. Mientras el gobierno presumía eficacia, el crimen seguía globalizándose y las lluvias recordaban que, por más programas que se anuncien, el clima político —y meteorológico— sigue fuera de control.

La captura de Mikael Michalis Ahlstrom, alias “El Griego”, fue presentada como prueba de que el Estado sigue de pie. Cancún, con su mar turquesa y sus negocios turbios, volvió a ser escenario de un operativo digno de serie de streaming. Pero, como todo episodio en la guerra contra el narco, el final es ambiguo: un capo cae, otro aparece, y la Riviera Maya sigue siendo paraíso de turistas y lavadores de dinero por igual.

El mismo día, en paralelo, más de tres mil marinos desplegados en el centro del país intentaban contener el desastre natural más reciente. Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Puebla y Querétaro pedían auxilio. El Plan Marina se activó con eficiencia, sí, pero también con resignación: en México, los desastres se repiten como promesas de campaña.

En el Congreso, los opositores aprovecharon la coyuntura para cuestionar las cifras alegres del informe. Hablaron de inflación, déficit, violencia, migración. Los aliados de Morena respondieron con el mismo libreto de siempre: “son ataques de la derecha”. El país, polarizado, sigue discutiendo quién tiene la culpa mientras el lodo se acumula en las calles y en las instituciones.

Lo que nadie mencionó en el templete del Zócalo —ni los drones que sobrevolaban la multitud pudieron captar— fue la fatiga de un pueblo que escucha discursos sobre bienestar mientras paga más por el huevo, teme por su seguridad y mira con desconfianza cualquier promesa de estabilidad. La retórica de la continuidad empieza a sonar como eco de algo que ya se dijo demasiadas veces.

Aun así, Sheinbaum mantiene su tono firme, académico, calculado. No improvisa ni se sale del guion. Sabe que el poder no se grita: se administra. Pero también sabe que la fe política tiene fecha de caducidad, y que en México el aplauso más fuerte puede convertirse en abucheo en menos de un sexenio.

Al final del acto, la presidenta levantó la mano, agradeció al pueblo y sonrió mientras el cielo se oscurecía sobre el Zócalo. No llovió, pero el aire olía a tormenta. Y en ese silencio previo a la lluvia, uno entendió que en México, cada informe es un paraguas que apenas alcanza para cubrir la foto oficial.

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