El reto

Los Demonios del Poder

El reto

Carlos Lara Moreno

Claudia Sheinbaum llegó al poder con la promesa de continuidad, pero también con el peso de demostrar que puede hacer lo que su antecesor no logró: recuperar la capacidad del Estado para garantizar seguridad interna sin negociaciones oscuras, sin zonas grises y sin fingir que el problema se resuelve con capturas menores.

Hoy, a más de un año de haber asumido el cargo, enfrenta un monstruo de varias cabezas que se mueve dentro y fuera de su gobierno: la infiltración del crimen organizado en policías, fiscalías y estructuras donde debería residir la inteligencia que sostiene la fuerza del Estado.

La presidenta sabe que la raíz del problema no está en las calles, sino en las instituciones.

Es allí donde el crimen organizado ha tejido alianzas, comprado voluntades y sembrado miedo.

Cada operativo fallido, cada fuga de información y cada investigación debilitada revela un patrón: hay manos internas que protegen, que anuncian, que negocian. Y sin depurar esas estructuras, con fuerza, decisión y un costo político enorme, cualquier estrategia de seguridad será un cascarón vacío.

El país lleva años atrapado en un espejismo de triunfos parciales. Se detiene a jefes regionales y operadores tácticos, se exhiben armas y convoyes capturados, se anuncian “golpes importantes”, pero los grandes capos —los que realmente definen rutas, alianzas, y guerras— permanecen intocados o, cuando caen, dejan detrás una reorganización que vuelve a encender la violencia.

La inteligencia mexicana, alguna vez reconocida por su precisión quirúrgica, parece hoy fragmentada, infiltrada o sencillamente incapaz de sostener operaciones profundas sin que antes se filtre cada paso.

En este escenario ya complicado aparece otro demonio, esta vez externo: Donald Trump.

Sus amenazas constantes de “invadir México” si no se controla a los cárteles no sólo son un acto de agresión diplomática.

Son, en el fondo, una presión que coloca a Sheinbaum en un tablero internacional donde se espera que entregue resultados inmediatos, tangibles y espectaculares.

Trump capitaliza la percepción de un México desbordado para convertir la seguridad mexicana en una pieza más de su discurso electoral.

Y la presidenta, lo quiera o no, debe responder a esa presión sin perder soberanía ni caer en la narrativa de que el país necesita tutelaje extranjero para poner orden.

Sheinbaum enfrenta entonces una ecuación explosiva: un crimen organizado que muta y penetra; unas instituciones que requieren cirugía mayor; una ciudadanía cansada de promesas; y un vecino incómodo que amenaza con imponer su propia agenda de seguridad.

Su margen de maniobra es estrecho y, al mismo tiempo, decisivo.

La pregunta no es sólo si podrá capturar a los grandes capos, sino si podrá reconstruir el sistema de inteligencia necesario para hacerlo sin que cada operación se hunda desde adentro.

Tampoco se trata únicamente de frenar la violencia, sino de restituir la idea, tan erosionada en México, de que el Estado manda, no las redes criminales incrustadas en su propio aparato.

Esa es la batalla real de Sheinbaum. Una batalla silenciosa, más política que policial, más institucional que militar.

Una batalla donde Los Demonios del Poder no vienen sólo del crimen organizado, sino de la herencia de complicidades, omisiones y fracturas que han debilitado al Estado durante décadas.

Si logra enfrentarlos, habrá dado el mayor golpe de autoridad de su administración. Si no, el país seguirá atrapado entre los fantasmas de siempre, mientras los capos —los verdaderos, continúan operando en la sombra, impermeables a los cambios de gobierno.

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