CDMX sedienta: bloqueos y protestas por la crisis del agua

La Ciudad de México amaneció otra vez con sed. Vecinos de la alcaldía Álvaro Obregón bloquearon el Camino Real a Toluca para exigir el restablecimiento del suministro de agua, interrumpido desde hace semanas. Con cubetas vacías, pancartas y una consigna sencilla —“¡Queremos agua!”—, los habitantes sumaron su voz a una oleada de inconformidad que ya se extiende por colonias de Doctores, Tláhuac, Iztapalapa y Coyoacán, donde los cortes y la baja presión se han vuelto parte del paisaje cotidiano.

El bloqueo inició poco después del mediodía, generando congestionamiento vial y obligando a las autoridades a enviar personal del Sistema de Aguas (Sacmex) y de la Secretaría de Gobierno para dialogar con los inconformes. Los vecinos denuncian que el agua llega apenas unas horas por semana o, en algunos casos, ni eso. En redes sociales, los videos de las manifestaciones se viralizaron bajo el hashtag #AguaParaCDMX, donde usuarios documentan la desesperación y la desigualdad con que se reparte el recurso.

En contraste con el discurso oficial sobre inversión y sustentabilidad, la realidad en las calles es otra. Aunque el gobierno capitalino ha anunciado obras de rehabilitación de pozos, perforación de nuevos sistemas y mantenimiento de redes, el problema persiste. Las causas son múltiples: lluvias irregulares, fugas constantes, infraestructura obsoleta y un sistema hidráulico que envejeció al mismo ritmo que la ciudad creció.

Según cifras recientes, una de cada cinco viviendas en la capital enfrenta interrupciones semanales en el servicio. Las zonas más afectadas se concentran en el poniente y sur, donde los desniveles del terreno complican la distribución. En tanto, las alcaldías con mayor densidad poblacional, como Iztapalapa y Gustavo A. Madero, dependen de redes saturadas que pierden miles de litros por fugas invisibles.

El Sacmex ha desplegado brigadas y pipas de emergencia, pero los vecinos aseguran que el servicio es insuficiente. “Nos dicen que esperemos, pero llevamos meses esperando”, comenta una vecina de la colonia Lomas de San Ángel Inn. “No pedimos lujos, pedimos lo básico: agua para bañarnos, lavar y cocinar”. Su testimonio se repite con matices similares en distintos rincones de la ciudad.

Los especialistas advierten que esta crisis no es pasajera. La combinación de sequías prolongadas, cambio climático y sobreexplotación del acuífero plantea un escenario de riesgo estructural. El Cutzamala, principal fuente de abastecimiento, opera por debajo de su capacidad histórica, y los pozos locales muestran niveles descendentes. Ante ello, expertos en urbanismo y medio ambiente urgen un plan integral que modernice la red, reduzca pérdidas y diversifique fuentes de captación.

Mientras tanto, las protestas se multiplican. En Tláhuac, colonos levantaron un campamento simbólico frente a las oficinas del gobierno local; en Iztacalco, los vecinos marcharon con garrafones vacíos como bandera; y en Xochimilco, comunidades rurales alertan que los canales y manantiales que las sustentaban están cada vez más contaminados o secos.

El gobierno capitalino ha insistido en que el problema se atiende “día a día”, con acciones de distribución equitativa y monitoreo permanente. Sin embargo, la percepción ciudadana se mantiene crítica. Los cortes constantes, las largas filas para llenar tinacos y la incertidumbre sobre cuándo volverá el agua han generado una sensación generalizada de abandono.

La crisis del agua en la capital no solo pone a prueba los sistemas hidráulicos, sino también la paciencia y la organización social. Entre bloqueos, pipas y promesas, los chilangos han convertido la escasez en movimiento colectivo, exigiendo que el derecho al agua deje de ser un privilegio intermitente. Y mientras la ciudad busca soluciones, su sed se convierte en metáfora de algo más profundo: la urgencia de repensar cómo vivimos, cómo consumimos y cómo cuidamos el recurso más básico de todos.

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