En un mundo donde la tecnología permea cada aspecto de nuestras vidas, no es sorprendente que muchas personas recurran a la inteligencia artificial (IA) en busca de apoyo sicológico. Plataformas como ChatGPT se han convertido en un recurso accesible para aquellos que enfrentan barreras económicas o buscan privacidad en sus consultas sicológicas. Sin embargo, esta tendencia ha generado un intenso debate entre expertos sobre la efectividad y ética de la IA en el tratamiento de la salud mental.
En México, la situación es particularmente crítica. Según datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), tres de cada diez personas experimentarán algún trastorno mental en su vida, y más del 60% de ellas no recibirán tratamiento adecuado. Esta alarmante estadística refleja una clara necesidad de soluciones alternativas y accesibles.
Sergio José Aguilar Alcalá, experto del Centro Lacaniano de Investigación en Sicoanálisis, advierte sobre los peligros de confundir la capacidad de respuesta de una IA con una verdadera terapia. «Una máquina no es un sujeto, no escucha», aclara Aguilar Alcalá. Según él, la tendencia a utilizar la IA como sicoterapeuta representa una visión superficial y reduccionista de la complejidad humana.
Por otro lado, Edson Martínez, promotor de la IA, reconoce que aunque las plataformas de IA no pueden reemplazar completamente a un sicólogo humano, su evolución y capacidad de aprendizaje ofrecen un gran potencial. Martínez sugiere que, en el futuro, estas herramientas podrían complementar la labor de los profesionales de la salud mental, ayudando a democratizar el acceso a cierto nivel de orientación psicológica.
A nivel de usuarios, las experiencias varían. Juan Pablo Sánchez, gestor de comunidades virtuales, comparte su uso personal de ChatGPT como un espacio para expresar sus emociones, aunque reconoce que las respuestas de la IA carecen de la profundidad de un terapeuta humano. En Reddit, otros usuarios discuten cómo han utilizado bots terapéuticos con resultados mixtos, desde hallazgos introspectivos significativos hasta experiencias que subrayan la necesidad de intervención humana.
Esta creciente dependencia de la IA para cuestiones de salud mental plantea preguntas críticas sobre la responsabilidad de las plataformas de tecnología y la seguridad de los usuarios. Aguilar Alcalá critica esta tendencia como «perversa», señalando que responde más a intereses de mercado que a una verdadera preocupación por la salud mental de las personas.
Mientras tanto, el debate continúa sobre cómo equilibrar los beneficios de la accesibilidad y personalización que ofrece la IA con la necesidad crítica de compasión humana y comprensión profesional en el tratamiento de la salud mental. Lo que es indudable es que la conversación sobre la ética y el papel de la inteligencia artificial en nuestras vidas apenas está comenzando.
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